
Cuando era más chica me daba lo mismo caminar sola por la calle, aunque fuera de noche. Siempre me ha gustado caminar, sobre todo en esta época primaveral, me relaja. Pero anoche cuando volvía a mi casa tuve varias veces la sensación de que me seguían. Me daba vuelta a mirar y por suerte no había nadie.
¿Por qué el miedo entonces? No lo llamaría miedo, más bien era intranquilidad. No soy la tremenda mina ni me visto con escotes, minis, etcétera, pero no conozco a nadie con tanta historia de acoso callejero como yo.
Durante el colegio los agarrones en la micro eran pan de cada día. También estaban los tipos en bicicleta que salían especialmente a levantar faldas para después, de nuevo, apretar cueva.
Entrar al juego de la Monga en Fantasilandia era prestarse a ser violada a manotazos. Los gritos que se escuchaban no eran precisamente por susto al gorila (qué falso que era!) y por algo todas las mujeres nos pegábamos contra la pared.
A todos estos tipos de acoso una se acostumbra, es como caminar por afuera de una construcción. Es algo obvio, repetido, tanto así que si no te gritan algo, mejor devuélvete a la casa. Pero están los acosos que una no se espera, a los que una no sabe cómo actuar y que incluso sobrepasan el límite del pudor. Y a mí me han tocado toditos. Toditos los casos.
Algo raro que me pasó fue hace dos años atrás. Era domingo, como a las 10 de la noche y estaba por llegar a mi casa. Frente a mí venía caminando un hombre de unos 50 años con bolsas de supermercado en cada mano. Cuando estuvo a un metro de mí empezó a hablarme algo que no entendí, apenas escuché, como cuando a uno le preguntan la hora en la calle y por unos segundos cuesta un montón leer el reloj. Así me quedé yo. El tipo se aprovechó de mi turbación y en un segundo dejó las bolsas en el suelo, se agachó y me sacó la hawaina del pie derecho. Ahí recién entendí que decía ser algo como quiropráctico y que quería saber si mi zapato era cómodo o no para recomendárselo a sus pacientes. Naturalmente no le creí (mi hawaiana era común y silvestre) y traté de zafar mi pie pero el tipo ya estaba muy entusiasmado y me hacía cariñitos feliz de la vida desde el pie hasta la pantorrilla. Como no logré escapar a la primera, junté fuerzas y me impulsé a correr dispuesta a sacarme la cresta contra el suelo antes de seguir consintiendo al fetichista. Pero el tipo no opuso resistencia y salí propulsada y cojeando tratando de mantener el equilibrio.