miércoles, septiembre 12

Prestados y perdidos

Odio quedarme con cosas que me han prestado porque sé lo feo que es para quien pierde el objeto. He sentido la pérdida muchas veces, pero me acuerdo de tres muy, muy importantes:

- CD de Víctor Jara. Cuando vivía de mi escuálida mesada ahorraba meses para comprarme discos (no tenía Internet) y el más reciente había sido El derecho de vivir en paz. En el preuniversitario conocí a una Valentina o Valeria a la que también le gustaba y se lo presté. Idiota yo. Pasó el tiempo y nunca más supe del disco aunque muchas veces me dijo “ayer te lo traje y no te ví”. Terminó el preuniversitario, la llamé varias veces a su casa y nunca la encontré.

- Edición especial de Rayuela. Me carga la “onda” Rayuela, que las minas se crean las Magas y que citen algunos párrafos. Para mí es un buen libro como muchos y nada más. El punto es que mi mamá tenía una edición preciosa, de tapa dura, antigua, que compró en España, debe haber sido una de las primeras. En el electivo de literatura del colegio (que nunca supe por qué se llamaba Los Valores en la Literatura) había una niña gordita de lentes del colegio vecino (nos juntábamos con ellos para los electivos) y una vez conversando me preguntó si tenía el mentado libre. Le dije que sí. Como en la casa de mi mamá los libros están a la mano, siempre puede sacarlos y los considerarlos míos, se lo llevé al día siguiente, de puro buena onda que soy. Demás está decir que no supe más del libro ni de la niña cuando salimos de IVº medio. Creo que sí le dije a mi mamá que lo prestaría, sino no sé cómo supo que lo había perdido. Hasta hoy me lo cobra.

- Cassette de Barroco Andino: La quena bien temperada se llamaba y también era de mi mamá (todo lo que me ha aguantado!). Se la presté a un amigo de unos amigos que era artesa. Lo seguí viendo, de hecho, nos hicimos amigos. Le pedí el cassette varias veces y no sé qué excusa me dio para no devolvérmelo. A él podría volver a verlo. Sería lo único que podría recuperar.

Haciendo memoria me doy cuenta que todos los objetos prestados y perdidos ahora son de la misma época. Bien pava que era. ¿Habré aprendido?

miércoles, septiembre 5

To do's

Agosto fue un mes en el que comenzaron cambios y ajustes importantes. Dentro y fuera.
Aún poco habituada, algo dubitativa y desordenada.
Este mismo aire de cambio lo quiero aprovechar para incluir nuevas costumbres y retomar aficiones abandonadas.


Tengo deudas. La mayoría son conmigo misma y sólo una es monetaria, afortunadamente. Tengo rumas de libros pendientes, algunos discos esperan una crítica completa, mis uñas están tristes, tengo unos 13 DVDs por ver, necesito meditar, mi máquina de coser se va a atrofiar y mis amigas tienen a tope los pedidos de pulseras.


La semana pasada cumplí con una deuda antigua que me apretaba el corazón cada vez que salía al balcón y me tiene muy contenta haberla cumplido: limpié minuciosamente cada una de las hojas de mis plantas, que estaban grises y deprimidas. Incluso una, la Croton, estuvo a punto de morir de frío. Ahora está en cuarentena, ocupa un lugar privilegiado en el living y recibe mis saludos todas las mañanas y tardes, aunque por ahora sea un palito seco y una triste, muy triste hojita enroscada. Quiero que llegue la primavera y el sol le pegue directo para que se entibie y le vuelvan a salir sus hojas multicolores. La otra planta que me tiene intrigada es la hierba buena. Más resistente, imposible, pero sus tallos han crecido mucho en comparación a sus hojas, que son escasas y muy pequeñas, inservibles para mis mojitos.


Espero de aquí a fin de año reducir la pila de libros por leer (tengo que apurarme porque siempre llegan más), de aquí a fin de mes ponerle oreja a los discos que me faltan. Septiembre será el mes para arreglar la máquina de coser, terminar de ver las películas que me quedan y para darme 10 minutos diarios de silencio mental.


Me había prometido escribir sobre mis deudas para obligarme a cumplirlas. Esto ya es un avance.