
Y no sólo porque tuve las ganas de aprender desde que entrevisté a un grupo de sordomudos para el documental de *CG* sino que es parte de una capacitación para después armar un programa para niños sordomudos. Y todo con una comunidad católica bien especial, ya les contaré qué los hace distintos.
Sé que soy la menos indicada para estar en este grupo, hasta ahora el tema de mi fe no ha salido a flote, al parecer no les importa y me alegro. Lo importante acá -y lo que me tiene contenta - es aprender para un objetivo claro y concreto. Y entrar en un mundo nuevo e inmenso.
He aprendido que como en toda disciplina existen distintas visiones, están los oralistas -que abogan por enseñarles el lenguaje hablado a los sordos- y los bilingüistas, más a favor por el lenguaje de señas, idioma que las personas parlantes debemos aprender para comunicarnos con ellos y no al revés. Y de eso se trata mi motivación, que uno se capacite para entender al otro y ayudarlo.
Conocí a *M*. Tiene 15 años. No habla ni escucha por consecuencia de las golpizas que recibía cuando niño. No tengo claro por qué fue designado por el tribunal a esta casa de acogida. Sí sé que nunca aprendió las señas, nadie se interesó en comunicarse con él, nunca. Tiene 15 años y la semana pasada lo aceptaron por primera vez en el colegio gracias a *P* que le ha enseñado lo poco que sabe. Ya me puedo comunicar mejor con *M*, me mostró su dormitorio, sus dibujos, y cuadernos del colegio. Sé que le cuesta concentrarse. Le gusta el café y chatear. Sé que le gusta una niña. *M* no habría podido contarme esto si no supiera las señas. Yo no habría podido escucharlo si no las hubiera aprendido. Si no me hubiera interesado.