
El otro día estaba almorzando con unos amigos cuando me pasaron al teléfono al hijo de tres años de uno de ellos. Reproduzco el diálogo:
Yo: ¿Y qué almorzaste?
Él: ¡Nonaaa! ¿Qué almorcé?
Yo: ¿Cómo, no sabes?
Él: No me acuerdo.
Cuando corté el teléfono una de mis amigas me dijo "no le digas que no sabe porque puedes castrarlo". Ahí empezamos a discutir sobre las ventajas y desventajas de criar hijos aplicando la sicología. Que no se les puede gritar porque crecen inseguros y temerosos de ser padres; que hay que reforzarlos porque sino tendrán problemas con su vocación; que no les hablemos como guagua porque les retrasa el desarrollo.
Puras tonteras. Llevo vividos sanos 24 años siendo la primogénita de una novata madre alejada de toda superchería sicológica. Es más, conmigo se dedicó a experimentar. Prueba de esto es que antes de cumplir un año accedió a probar el famoso proceso estímulo/respuesta de Pavlov en mí. Todo porque una hermana suya estudiaba sicología o algo así. Me enteré de esto hace un par de años: apagaban la luz, me asustaban, acto seguido yo lloraba. Repitieron esto una y otra vez hasta que lograron que yo llorara sólo con apagar la luz.
Quiero aclarar, para quienes no hayan entendido la gravedad del asunto, que hoy en las escuelas de sicología enseñan lo mismo pero con ratones. Me atrevo a suponer que incluso pasan por sumario al estudiante que se le ocurra experimentar con guaguas.
Mi tía me preguntó si le tengo miedo a la oscuridad y confieso que estuve tentada de decirle que sí, que tengo que dormir con la luz prendida, que lloro incontrolablemente durante los cortos de luz. Pero le dije que la verdad, no me pasa nada con la oscuridad.
Cuando era un poco más grande mi mamá y otra tía (tengo tías para regalar) me llevaban a los columpios sólo para reírse de las caras de susto que ponía y los tiritones que me daban cuando me daban vuelo. Hoy no me dan miedo ni los columpios ni la velocidad ni las alturas.
Mi mamá también solía esconderse de mí en los supermercados. De esto todavía me acuerdo y el susto de saberse perdida atroz. O sea, soy el ejemplo viviente de que tanta tontera de la sicología moderna no sirve para nada; aquí estoy, medianamente normal. No quiero dar la idea de que mi mamá es una loca deschavetada ni que fue madre por venganza, apuesto que sus madres tienen algo que contarles. Es cosa de preguntar.