jueves, enero 31

Al fin tengo bici

Echaba de menos los paseos en dos ruedas, sobre todo ahora que vivo en un barrio lleno de ciclovías. Incluso hay una en mi calle que me lleva directo al Parque Bustamante.

Me compré un casco rosado con flores que le hacen juego a las flores de la bici. ¡Todo tan femenino!

Lo que no ha sido nada de femenino han sido mis porrazos. Ya llevo dos acumulados y dos moretones enormes en el muslo izquierdo. Los llevo con orgullo.

La bici tiene suspensión delantera, qué te crees. No sé para qué servirá todo lo que tiene, pero estaba en super oferta y era tan linda...no me resistí. Ahora quiero ir a todas partes en bici. Fui a Maipú ida y vuelta el fin de semana, con mucho calor, pero aguanté muy digna. Ahí se produjo la segunda caída, en plena Alameda. Me caí de lado y de tanta risa que me dio, no me podía levantar. Yoyo me miraba condescendiente y me ayudó a levantarme. Después me retó porque me pasé una luz roja: "¡No me vuelvas a hacer eso!", a lo que yo contesté que mejor salía sola la próxima vez (nica iba a asumir mi error).

Lo que sí me da susto es que me la roben. No sirve cualquier cadena. He leído que incluso se necesitan dos y que es mejor desmontar el sillín para que no se lo lleven. ¿Será para tanto? No me quiero sicopatear ni obsesionar con el tema.

Hoy iré de paseo al parque. Espero no añadir un moretón más a la colección.

viernes, enero 25

Qué pasa si...

Estaba a punto de dejar el computador para ir a la lavandería cuando me acordé de dos de mis muchas obsesiones.

Noté, además, que ambas se hacen presentes en un mismo momento.


1. No puedo salir de mi casa sin carnet de identidad o algún documento que me identifique. Esto, por el miedo que me produce que me pase algo y no ser identificada. Caer en coma y terminar en sala común de la Posta Central, o bien, morir y se enterrada en una fosa común. Todas esas son posibilidades que no van conmigo. O que la ambulancia que debe salvarme la vida se retrase porque los estúpidos que encontraron mi cuerpo se han demorado más de la cuenta en dilucidar quién soy en vez de estar llamando al servicio de urgencia. Esas son todas imágenes de mis peores pesadillas y si puedo evitarlas sólo llevando conmigo mi carnet, pues que así sea.

2. Aunque sea para barrer la entrada a mi casa, botar la basura, salir a ver si está lloviendo o averiguar qué vecino tiene la música tan fuerte, no puedo abrir la puerta sin las llaves en la mano. Le tengo pánico a quedarme afuera de la casa. No tanto por el palo que pega el cerrajero ($ 7.000 de lunes a viernes, de 09.00 a 20.00 horas y $ 13.000 de lunes a viernes desde las 20.01 a las 08.59 horas y fines de semana) sino por todo lo que podría ocurrir estando uno fuera de casa a la fuerza. Agua hirviendo en la cocina, por ejemplo. O que justo uno tenga puesto las pantuflas más ridículas que existen, o que justo justo Yoyo (que tiene una copia de las llaves) no llegue a la casa hasta en cinco horas más y por ahora esté inubicable.
El peor, y por ende mi favorito, es encontrarme con la puerta cerrada y yo en calzones. No soy de las que salgo a botar la basura pilucha, pero ¿y si sucediera?, ¿y si no me di cuenta?, ¿y si fui bien rápido, a una hora en la nunca hay gente en el pasillo? Sería terrible. A veces me imagino qué haría si me pasara. Creo que esperaría en la escalera hasta que sintiera llegar a Yoyo. Si pasara el conserje o algún vecino, correría a otro piso para que no me viera. Para no aburrirme, contaría cuántos autos de color verde pistacho pasan por la calle o cuántas señoras llevan más bolsas de plástico de las necesarias (otra manía mía, pero que no tiene vela en este entierro).

Esas son las sencillas razones de por qué siempre tengo conmigo las llaves y mi carnet, por si alguna vez se lo hubieran preguntado.

martes, enero 15

Acoso Callejero III Parte

Un buen piropo


Desde hace un tiempo a esta parte me tiene de malas el acoso callejero. Tengo la mala suerte de trabajar en un mal barrio. Lleno de talleres, fábricas, garajes y edificios en construcción, por ende, recibo unos 10 mal-llamados-piropos al entrar y salir de la pega.


Y todos me repulsan.


Todos hacen que se me ponga la piel de gallina y me provocan asco. Sobre todo los más calentones, que se acercan a mi oreja para susurrarme alguna asquerosidad. No quiero quedar como pacata clasista, pero es muy desagradable. Va más allá de que las palabras o piropos provengan de personas de una determinada clase social, es que son obscenos, ofensivos, desubicados y me hacen sentir cochina. Hoy, sin más, me hueviaron al mismo tiempo como 20 maestros que estaban en colación. Además de darme asco, me dio susto. Nunca más paso por ahí.


Eso sí, hay "piropos" que hacen reír. Una vez iba caminando por el mentado barrio y pasé entre dos hombres que estaban conversando. Pude notar, porque siempre se nota, que uno de ellos me estaba mirando y me iba a tirar algún piropo. Cuando estaba tomando aliento, su compañero le dice "no le digas nada, ya le han dicho todo". Y así pasé yo rapidito entre los dos tipos aguantándome la risa. Lamentablemente, de esos hay muy pocos.



Vea además:

Acoso Callejero I Parte
Acoso Callejero II Parte

jueves, enero 10

Amigas IV

Tal vez debí empezar por ella. La conozco desde que tengo 1 año de vida y ella, 3. Siempre fue mi amiga grande, pero siempre fue igual de cabra chica que yo. Uno de los primeros recuerdos que tengo de ella es del ’88, en Punta de Tralca. Teníamos seis y ocho años, respectivamente, y fue uno de nuestros mejores veranos. Nos encerrábamos en el auto de su tía a comer galletas de soda y jugábamos en la playa. Un día se le ocurrió colgarse del palo que afirma la cortina y se cayó por la ventana. Otro día le enseñé la manía que tenía a esa edad: morderle las manos a las Barbie hasta dejarlas planitas, y ella me imitó. Todavía no me lo perdona.

Después me acuerdo de ir a verla a su casa, de jugar con su perro Oso y de cuando me mordió su maldito hamster. Otra vez, en mi casa, nos pintamos la cara con las sombras verde y celeste de mi mamá. La idea era sorprender a nuestras madres disfrazadas de marcianas. Todavía me acuerdo que nos parecía una idea muy cuerda y muy entretenida. Tengo una imagen grabada en mi mente: las dos sentadas en la cama soportando los algodones con crema que nos ponían para sacarnos la pintura. También nos encantaba ir al complejo deportivo de Codelco, en La Florida, nadar en la piscina, comer helados y jugar en el bosque de eucaliptus.

1987


Cuando ya éramos adolescentes a mi mamá se le ocurrió la pésima idea de nombrarla mi baby sitter. Mi hermano chico hacía lo que quería mientras las dos cocinábamos los platos más extraños, llamábamos como locas a los números 700 (sobre todo al fono amistad, todavía me acuerdo que era el 700 10 10) y a nuestros amores para hacerles pitanzas. Nos sacábamos fotos ridículas, nos aprendíamos de memoria los anuarios de nuestros colegios, arrendábamos películas en el Errol’s y nunca las pagábamos. Nos daba un morbo increíble ver Como Agua Para El Chocolate y siempre pedíamos los videos con sinopsis que se llevaban gratis. Eran los tiempos en que contábamos las monedas de $ 10 para poder tomar micro. Y si no nos alcanzaba la plata, caminábamos. Desde el Parque Arauco, Providencia o el Apumanque hasta Ñuñoa. Daba lo mismo.

Ella fue la que me incentivó a comprarme una polera de Luis Miguel, el peor ejemplo que tengo de "tu pasado te condena". Ella, tiempo después se hizo una en Dimacofi. Era más fanática que yo, tenía un cuaderno con recortes y fue a todos sus conciertos.

1997


Como buenas amigas, nos prestábamos mucha ropa. Incluso el vestido que usé para mi graduación de Cuarto Medio. Seguimos la misma profesión, pero fue casualidad. Ella se puso a pololear y desapareció un tiempo, pero volvió como si nada hubiera cambiado.

Compartimos traumas, trancas, ideas, pensamientos estúpidos, inteligentes y vergüenzas. Muchas vergüenzas. Podemos conversar horas por teléfono mientras cada una mira la TV, se corta las uñas o se rasca la guata. Sé que cuando me pasa algo la puedo llamar y ella también a mí. Sus amigos son mis amigos y mis amigos también son los suyos. Yoyo se ríe con ella, la hace rabiar, pero la quiere mucho porque es mi amiga. Se llevan bien y me alegra.

Su amor de la vida es su perra Greta y sé que no me perdonaría si no la nombrara. Greta y yo tenemos una relación difícil. Nos cuesta estar en el mismo lugar juntas, principalmente porque pelecha, porque ladra por todo y porque es maleducada. Ella dirá lo mismo de mí, creo yo (menos lo del ladrido, claro). Me da nervio cuando le dice “hija” y me saca en cara que nunca he tenido el amor de un animal. Y pucha, es verdad, tal vez por eso no la entiendo.

Hace tiempo que no escribía un post tan largo, y eso que he tenido que resumirlo porque hay muchas más historias. Pero el cariño es uno, y grande.

2007
Dino, ¡eres mi mejor amiga!