martes, febrero 14

XIV

Por diversas razones este día pintaba para negro. Por otras razones, no lo fue.

Cuando salí de la pega no hacía ni frío ni calor, no estaba tan cansada y no tenía ganas de llegar a la casa así que me fui caminando y escuchando a Tom Waits, Marisa Monte y María Rita.

En José Miguel Infante un tipo me quiso vender rosas y le dije que no con la cabeza.
Me dijo "¡Espére señorita!, están un poco tristes pero usted las va a cuidar, tome, con todo cariño" y sacó dos rosas de una caja. Una amarilla y otra rosada. Estaban tristes: tenían pocos pétalos, casi marchitas, mal envueltas y de manos de un desconocido. El resto del camino me puse a sacar algunas conclusiones, así, a vuelo de pájaro. Ninguna es publicable.

A dos cuadras de mi casa hay dos pequeñas plazoletas llenas de mirlos y chincoles (que se parecen mucho a los mirlos hembra). Me acordé que los mirlos son parásitos: ponen sus huevos en nidos ajenos e incluso se deshacen de huevos para hacerle espacio a los suyos. Los chincoles estarían en la vereda del frente pues son los que generalmente anidan esos huevos y, como si fuera poco, le han cedido gran parte de sus territorios a los gorriones, que dicho sea de paso son importados de Europa. Por eso me resultan tan simpáticos los chincoles, y qué bien le vendría a uno llamarse Aucán.

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